No puede tener un arranque más frívolo y veraniego. Un chapuzón y un gintonic en una piscina de esas urbanizaciones burguesas en las que uno ve pasar la vida rodeado de privilegiados iguales. Ned Merrill hace su aparición zambulléndose, sin previo aviso, en vaso ajeno pero a los dueños de la casa no les sorprende. Lo celebran. ¡Tanto tiempo sin verlo! Ned en bañador, todos los demás elegantemente vestidos, de resaca y de vuelta a sus obligaciones (“odio Columbia”, resume una esposa de)
Miran a Ned con sorpresa y confusión cuando les explica que, mientras ellos trabajan, su cometido será nadar a casa: “I’m swimming home”. De piscina en piscina puede llegar a su propiedad, donde le esperan su mujer y sus dos hijas.
Todo parece superfluo pero largo a largo, chapuzón tras chapuzón, vamos descubriendo que la vida de Ned no es lo que parece y que la alta sociedad lo ha dejado caer cuando su piscina estaba vacía. Su aventura, que solo dura un día, empieza en un verano caluroso y acaba en un otoño tan gris y desapacible como el que, dicen, se nos avecina.
Este verano el diario El País publicaba un artículo titulado La Mallorca de las piscinas. El libro La España de las piscinas de Jorge Dioni sobre cómo el modelo urbanístico crea ideología ha llegado a su cuarta edición. Son buen complemento a la película si no te importa empezar a ver las piscinas con tanto resquemor que te entren ganas de prohibirlas. A mí me ha pasado pero yo siempre fui más de playa.
*Puedes ver El nadador en Filmin. La película está basada en un relato corto de John Cheever.