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Las bodas de Fígaro y La flauta mágica son las dos óperas que probablemente más he escuchado en mi vida. Cuando suena algún fragmento viajo hasta el salón de mi casa, finales de los ochenta. Cuatro hermanos jugando al Memory, memorizando la ubicación de fichas de animales hasta encontrar pares iguales. Y de fondo sonando Querubino, Papageno, Fígaro… Y al final, siempre ganando la que a priori menos probabilidades tenía, la hermana pequeña. ¡Aún puedo sentir aquella rabia, qué mal perder!  

Acudir al Teatro Real al ensayo general de las Bodas de Figaro ha sido mi magdalena de Proust. Reparto y director de orquesta de lujo. Disfrute musical máximo. Mozart es un placer y un aprendizaje continuo.

El director de escena, Claus Guth, plantea tres apuestas arriesgadas. Todo sucede en las escaleras de un palacio que podría estar en cualquier lugar y en cualquier tiempo. Todo sucede en un sobrio blanco y negro, vestuario y decorado. Y por último, todos los personajes actúan movidos por un cupido que da alas y plumas -muchas plumas- a cada uno de los personajes.

Este suceder bicolor, en el mismo espacio y bajo los efectos del mismo ángel del amor es un acierto durante la primera parte de la ópera, pero puede saturar tras tres horas de función. Especialmente repetitivas las apariciones de cupido. ¿Puede haber más maneras de introducir a un personaje en escena? -hasta en monociclo, oiga-

*Las bodas de Fígaro prometen ser uno de los éxitos de esta temporada en el Teatro Real. Se representa hasta el 12 de mayo de 2022.