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¡Qué entretenidos hemos estado en casa viendo el reality Soy Georgina! Nos dispusimos a verlo -para qué nos vamos a engañar- con todos los prejuicios imaginables contra ella y al final la mujer nos ha ganado. En los relatos clásicos de chica desgraciada asciende de clase amor mediante (La cenicienta, Pigmalión o Pretty Woman) se le hurta al lector-espectador la posibilidad de saber qué pasa tras esa trasformación. Para remediar esta carencia existe Georgina.


En los seis episodios de su serie -es tan suya que firma en los créditos como directora de contenido-, la pareja de Cristiano Ronaldo deja claro que lo que importa no es poseer lujo, sino enseñarlo. Georgina es un océano de marcas de un centímetro de profundidad. Aborrece los libros y solo sabe regalar joyas y ropa, incluso a un niño de 11 años.

Entre cenas y diamantes, formula1 y yates, luivuiton y glamour choni surge la dicotomía que nos ha enganchado. Georgina es inmensamente
rica, vive en casas en las que tarda seis meses en no perderse, le cierran el parque de atracciones para celebrar un cumpleaños pero bebe café soluble, sus amigas compran picos en el Mercadona y la pregunta más interesante que le hace a su pareja es “¿qué has comido hoy?” Como todo hijo de vecino.


Para la segunda temporada, apostamos que la habrá, se agradecería que algún miembro de “Las queridas”, Cristiano o ella misma refiera alguno de sus defectos. Es solo un consejo de humilde periodista a directora de contenido para que nadie pueda confundirla con Santa Teresa.

*Puedes ver Soy Georgina en Netflix.