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Diciembre de 2019. Sala de reuniones de un programa matinal de televisión. “Deberíamos empezar a hablar de un virus que está causando estragos en China, es algo llamado coronavirus”, propone una de las responsables del programa. “¿Un virus en China?”, responde un editor. “Eso está muy lejos, ¿a quién le importa?”


Lo deprimente de la película Don’t look up es que crees que estás viendo una sátira de la sociedad actual pero acabas confirmando que es un reflejo de la realidad. Entonces pasas de sonreír con los gags a preocuparte. Meryl Streep no es una caricatura, es Donald Trump y el hijo-de-mamá jefe de Gabinete de la Casa Blanca es tan real como Ivanka.


Cuando Netflix estrenó El dilema de las redes sociales alertando sobre el impacto negativo de las redes y la adicción que generan, el documental se convirtió en aquello que criticaba. Fue lo más comentado en twitter.


Con la película Don’t look up, dirigida por Adam McKey, sucede algo parecido. Un filme espectáculo -solo hay que ver el fabuloso y costoso reparto – que denuncia una sociedad espectáculo, espectacularmente promocionado. Resulta paradójico. Don’t look up nos impide ver el cometa Dibiasky.

*Puedes ver Don’t look up en Netflix.